SEÑORA IBAGUE
Señora Ibagué, el tercer milenio entró por tus calles, avenidas, puertas y ventanas, durmió en tu lecho bordado por ocobos, mientras los cantores afinaban las gargantas. Los cerros vigilantes te arrullaban, el río cantarino, -aunque enfermo- sigue su canto enamorado mientras los periquitos verdes en concierto forman el coro feliz de la esperanza. El nevado del Tolima o la gran montaña blanca, conocida en las lenguas arcaicas, como la morada de los dioses, te sigue guardiando desde el comienzo de la historia.
El verde llano por donde llegaron los dioses blancos infectados de sífilis, cambiándole el nombre de Metaima por el Valle de las Lanzas, se extiende hasta más allá del Yuma, llevando la noticia que tienes la fragancia de la primavera. La música, ha sido desde siempre la epidermis con que te cubres el alma, y el espíritu. Las mujeres de tu jardín humano, tienen la limpidez de las estrellas del cosmos y el talento sin fin para la construcción del futuro.
Templo musical que soñara Castilla, con su sala de conciertos a la espalda del sol, espera el Ángelus diario en las gargantas melódicas de sus masas corales. La Catedral con sus cuatro centurias, guardando en los archivos, el recuerdo y los sueños de Ismael Perdomo, Pedro María Rodríguez Andrade, Arturo Duque Villegas, Rubén Isaza Restrepo, José Joaquín Florez y Juan Francisco Sarastí, los siete obispos, que te ha nombrado el Papa, continuaban aquí la tarea de Cristo. Esa misma catedral, restaurada, luego que en 1606 los pijaos acaudillados por el cacique Calarcá, arrasara con ella y el villorío, en protesta por tanta villanía en nombre de Dios y la corona. Los aborígenes de entonces, como grandes estrategas de la guerra, se llevaron la campana del máximo templo, cortando con ella el más grande medio de comunicación de la época.
De esa antigua arquitectura nada ha quedado, o una que otra fotografía, que como escritura, recuerda que el barroco en Ibagué, fue alguna vez inquilino y redobló sus hierros, maderas y mármoles en diseño majestuosos en todas las entradas de tus viviendas. El viejo mercado de Bolívar, ascendido a plaza, tiene parecido al retrato de Dorian Gray del dublínés. Oscar Wilde, que en vez de envejecer, rejuvenece con los años. Que no tuviste arquitectura colonial dicen ahora, cuando yo creo que la devoró el fuego de tantos incendios padecidos.
El terrorífico grito de ¿Amé! Ya no revuela en la ciudad, como lo hacia con el antiguo San Bonifacio, porque fantamas más actuales y corruptos, hicieron cotidianos otros miedos, ahora, las uñas largas se esmaltan sus protagonistas se visten de frac y cuello blanco hasta conducen vehículos blindados. No led temen al código porque saben que la ley es un perro bravo, que muerde solamente a los de ruana. El viejo panóptico de la calle diez, iniciado en el siglo diez y nueve por el general Casabianca se parece a un monasterio de pecados. La vieja gobernación con sus figuras de mármol de águila y leones, fue derribada para el nacimiento del edificio que en su tiempo se dijo: "tiene ciudad", o es el mayor elefante blanco de la historia.
La cueva del Frayle que debería ser un patrimonio histórico, arriba del parque Centenario y del nuevo terraplén de la Pola, lo mataron los restauradores del paisaje. Lo taponaron para que el cura sin cabeza no caminara por ahí, como un trashumante sin destino. El viejo caserón de Emiro Kastos o sí prefieren Juan de Dios Restrepo, en la meseta, por la vía al nevado, se mantiene de pie como un anciano aunque se desmoronaran sus bloques de nostalgia; se niega a caer porque entiende es un mojón de la historia que recuerda que ahí vivió y murió, el autor de María luego de haber llegado derrotado de Antioquia y destrozado por las fiebres palúdicas de la Guajira. La casa de Jorge Isaacs, ya no es más que una mansión del olvido, que recuerda que de aquí partió a la eternidad su más célebre inquilino.
El centenario colegio de San Simón, creado al comienzo de la república, por la sabía razón de Santander, sigue forjando los hombres del futuro. Depositario del patrimonio antiguo del desaparecido convento de Santo Domingo, llegando a ser dueño de esclavos y de inmensas fortunas y terrenos que el tiempo y los hombres dilapidaron. Los terrenos iban desde el Bermellón bajando a San Bonifacio, pasando por Doima y continuando a Honda, ese gigante del pasado, que tienen la mirada hacía el río y aunque desgreñado tuberculoso, no pierde la imponencia del pasado. Las tierras de San Simón se fueron fertilizando, en la danza despótica de aduaneros de botines que lo fueron repartiendo como las tahúres sobre la mesa de juego.
Ibagué, abandonó el proyecto de tener Escuela de Minas con aulas universitarias, una facultad de medicina, de ese prestigio simoníano, que era la llave para abrir los cerrojos de las universidades, ya poco queda, aunque dio títulos superiores convalidados, no cuajó el proyecto de esa universidad. El antiguo y nuevo seminario, oliendo a neftalina y santidad, despertando a los acordes de piano, violines y trompetas que interpretan su insigne vecino, musical sigue ahí como Seminario Mayor pidiendo al Dios de las alturas, que tus hombres convivan con respecto mutuo, sin agredirse como bestias de la selva. De la Casa de Arco ya no queda sino una placa metálica que dice "Aquí pernoctó el Libertador Simón Bolívar" sin más datos y un chisme mantenido para la tradición oral, -el proceso que al parecer se lo llevó, un ladrón honrado- que sostiene que aquí, Simón Bolívar fue procesado por estupro. Algunas crónicas afirman, que un buen padre, que tenía por cargo la alcaldía, le rindió honores al Padre de la Patria, lo embriagó con místelas y alabanzas, queriendo hacerlo su yerno de inmediato. Le entregó en el lecho las dulces mieles de su hija. El libertador, viejo zorro de las guerras de las alcobas, aceptó gustoso el presente, pero rechazó la encerrona matrimonial y se ganó un proceso más de los muchos que tuvo por insurgente. Al partir de Ibagué Simón Bolívar, seguramente llevaba una enorme carcajada.
La Cédula Real sobre tu escudo de armas no se conoce, pero en investigaciones realizadas por Carlos Rodríguez Maldonado se sostiene que su heráldica sirvió para adoptar el escudo de la provincia de Mariquita. El escudo de armas para la Villa de San Bonifacio de Ibagué fue solicitado entre 1788 y 1819 habiéndosele concedido después de la declaración de independencia, poco antes de que el caudillo de la libertad José León Armero, presidiera lo que hoy es el Tolima, una República soberana, con congreso y límites y constitución, llamada: Mariquita.
Señora Ibagué, las arrugas del tiempo no se han detenido en tí. Te quitaron tus techos pajizos de otro tiempo, las tejas de barro coloniales, te fundieron terrazas con hierros y cementos, las casas como dibujitos de niños, con patios, solares, se te volvieron torres que parecen desafiar el infinito. Los antiguos vendedores de agua, con los primeros brillos del alba pasaban con sus recuas, gritando: ¡agua! ¡agua! O los vendedores de leña o de carbón también iban gritando su producto, como lo hacían al final del siglo XX los carros transportadores de cilindros con gas.
No todo tiempo pasado fue mejor, distintas las épocas andadas por las generaciones pretéritas. Las casas de techos pajizos donde anidaban jilgueros y escorpiones, le cedieron el paso a las hermosas casas diseñadas en planos y pensadas por artistas de la arquitectura. Las angostas calles, distribuidas en camellones, barríalosos e intransitables para pies humanos, se ancharon para el desfile tumultuoso de la ola amarilla, sobre las avenidas y los buses contaminadores. Como no conocían los carros, la basura la recogía el municipio en bueyes y los basuriegos iban con una campanita en la mano llamando la atención. Los aljibes, ojos de agua con filtros de roca en los solares, se te cambiaron por las llaves que te lleva el agua a las alcobas. Las hornillas de leña o carbón te las reemplazaron por estufas computarizadas y hornos microondas, el toque del cacho para llamar a distancia, se cambió por el teléfono automático, o por el novedoso celular. Que se sepa no tuviste chasquis, pero sí razoneros, que durante centurias fueron propietarios de tu memoria, y el chismorreo encantador de las comadres que quitaban honras y restauraban la lepra espiritual a la hora del te o del chocolate con bizcochos. En esas viejas conversaciones de comadres. Señora Ibagué. se conocieron muchas llagas debajo de las enjalmas y que en las familias del más alto turmequé. La historia se escondía una abuela puta, un tío bobo, o una sobrina loca. El refrán de "no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague", aquí los chismorreadores de oficio lo cambiaron por "No hay deuda que no se cumpla, ni puta que no se case". En Ibagué no hay casas sin solar, tonto, ni familia bien sin oveja negra o hija sin reputación.
Señora Ibagué, ya no eres la vetusta villa de ranchos pajizos de 1.550 -1600, ni la devastada por los incendios pijaos de 1.600 a 1.610, ni la conventual pacata y retrógrada del siglo XV111. Tampoco eres la arrugada ciudad del pañolón, las alpargatas, la ruana y el sombrero de la guerra de los mil días, ni la pequeña y deprimida de los años treinta, ni la gris, temerosa y luctuosa de la época de la violencia partidista de los 50 - 60. Las casas de bahareque murrapo a orillas de camellones y caminos, donde tejieron los sueños los abuelos, amaron, engendraron y procrearon la esperanza, le dieron paso a las avenidas y al avión.
Tu cuerpo sabe de música, a bambuco, bolero, danza, son, el ritmo se te sale por el alma en susurros melódicos que el viento vuelve notas y pentagramas. Los excusados o letrinas de hoyo colectivos, donde los habitantes iban a descargar el organismo, se te cambiaron por sanitarios que parecen obras de arte o diseños con imaginación.
Señora Ibagué, de tí podríamos escribir: ni tanto honor, ni tanta indignidad.
Siempre tendrás aduladores que te veneran y bendicen y detractores que te maldicen y te llamaron: Ciudad de la peor condición, tendrán hijos con estiércol en el alma, pero también hijos con ocobos, cámbulos y Jacarandas florecidos en las llanuras del alma y el espíritu. Hijos como Luís Forero de Latorre, proponiéndote un lecheoducto, un cable aéreo para subir al nevado a despicarlo, la pavimentación del río Combeíma, si era nombrado alcalde. El Gurú Larín Amaya Yelta o Alfonso Polanco, que incluía en su programa de gobierno la construcción de una torre de babel de trescientos pisos, para resolver tu problema de vivienda y quien te construyó la calle fantasma, para que no pierda la ruta el duende, el mohán, la candileja, o el poíra de tus leyendas. Desde que un alcalde quiso poner preso a Simón Bolívar, la moneda se voltio y muchos de tus burgomaestres son los empapelados con procesos. "La muía retinta" que recorría hediendo a azufre todo San Bonifacio, no se murió en un despeñadero de la historia, sino cambió de rumbo, como el viento por los caminos de Cómala Macondo o Papelonga. Otros espantos renovados, llegaron trayendo aterradoras y lucíferinas leyendas, el tiempo se encargó de apagar.
Señora Ibagué, de ese estilo de gallina chirosa, llena de barrios tuguríales, cuando los directorios de los partidos divididos en grupos y tendencias encontraron en las invasiones, unas minas de votos. Los caciques de barrio y vereda te tugurísaron y de ahí nacieron el Restrepo, Matallana.. El bosque, San José, María Eugenia, Augusto E. Medina, El Baltazar, Alberto Santofímío, Uríbe Uribe y muchos otros con nombres de próceres locales.
En aquellos años en que los traficantes del desencanto, no eran urbanizadores piratas, sino cuatreros de las tierras baldías, volvieron propietarios a los desheredados por Dios o por el destino, a cambio, como diría un culebrero, de la hipoteca espiritual a un partido, por el resto de la vida y la cuota upaquízada en votos que aumentaría hasta el desasosiego. Ya nada queda de esa tuguríal, con su desfile de casitas de plástico, papel y cartón a orillas del río Combeima o línea del ferrocarril, que hacía pensar a los viajeros que habían llegado al paraíso de la desolación y el abandono estatal. Hay que reconocer que los dueños de las haciendas electorales, le apostaron a un nuevo modelo y cambiaron ladrillo, cemento y tejas, por el raído cartón, papel y plástico para que aquellos humillados y ofendidos volvieran a reír. Claro que en los albores del tercer milenio los desplazados de la guerra han vuelto a invadirte con casuchas de la desolación.
Los dueños del poder y de la gloría, los omnipotentes señores de los partidos repartidos, en tendencias grupos y grupúsculos en aras de conservar la clientela electoral les llevaron los servicios públicos mandaron trazar mejores calles, para cada carnaval. Pavimentaban una a una así le fueron quitando esa lepra de suburbio y hasta ese festival de putas pobres, olorosas a críolina y hospital de la calle catorce, quince, diez y seis, diez y ocho, hasta la veinte parecen haber emigrado llevándose el inventario sifilítico a otra latitud más allá de tus fronteras.
Los grafiteros aprovecharon la ausencia total de policías para escribir: "Aprovecha para ser feliz que Dios está durmiendo", o "las putas al poder, porque sus hijos no pudieron gobernar", "un ángel sentado en la punta de un alfiler, oye cuando una mujer orina" o este de los tiempos del apagón de Gavírístas y de la hora Cesarísta adelantada: "ellos se roban la plata y nosotros a oscuras y madrugando". Las mujeres joden mucho, cómanselas por favor", "por un orgasmo cósmico, amemos más la tierra" o este luego de un robo de cuadros en el Instituto Municipal de Cultura y de "las aves cayendo al mar" de Alejandro Obregón en el I.T.C.: "al ladrón se le olvidó la luna en la ventana", luego que aquel ladrón honrado devolviera por correo parte de la colección robada.

Señora Ibagué, se te fueron tus trenes, pero te llegan aviones. Han cremado parte de tus recuerdos, pero te queda memoria. San Bonifacio es la nostalgia; Ibagué tu avasalladora realidad. El azul de tu cielo pintado por Lafont. El sol de los venados pintado por Jorge Elias Tríana. Las gordas virginales de Arcadio González. Tus mitos y leyendas Julio Fajardo, los depredadores por Manuel León y las puticas tímidas de los bares sombríos de Calderón y tus santos renacentistas con celulares, en tenis o con ropa de marca de Darío Ortiz Robledo. Carlos Orlando Pardo, Amaría mucho a Lolita Golondrina para dejarte unas cartas sobre la mesa y a La Muchacha del violín para dedicarle las primeras palabras, aquí en tu suelo "los inmigrantes encontraron la plenitud del paraíso."
Señora Ibagué, yo también quiero ser tu amante y con Jorge Valencia Jaramillo cantante: "te lo juró por Dios que lo único que quisiera tener después de muerto sería una eterna memoria, para acordarme siempre de ti", mí señora Ibagué.