sábado, 29 de enero de 2011

La Alcaldía

Entro a la Alcaldía, dejo un documento,
el vigilante señala las distancias,
doy el primer paso, escaleras angostas,
camino corto, las gentes suben y bajan,
al tiempo lo miran en el pulso, la cita está próxima.

Segundo piso, mil nombres de alcaldes,
dos murales prehispánicos de Julio Fajardo,
un panal de miel y vinagre.
un rostro feliz, tres rostros tristes,
un río de baldosas, testigo de tropelías y rapiñas al afecto.
Llegan los comuneros,
las diligencias en las carpetas, papeles fríos,
aquí el poder es una quimera,
va como el papel moneda de mano en mano,
las paredes no ríen, el poder ha reído tanto que a veces ni se ríe.
Una carcajada lejana es una burla,
un concejal abra/.a a un desconocido,
las elecciones se aproximan, ese voto es necesario.
Un caudillo de barrio o de vereda, incita a ejercer la democracia,
el despacho es un mitin de sueños,
la espera es eterna, el tiempo silencioso,
una secretaria repite las mismas frases,
no mira el rostro de nadie,
la puerta de adentro está cerrada,
no hay vacantes, esperen afuera.

Un portero se creé Dios, éste nada lo puede,
envuelve las palabras, en largos soliloquios,
Un cale matutino trae el aroma de la patria,
esa patria en pocillo, es ajena.
Continúo ordenando mis pasos, otra escalera angosta, menos transeúntes,
dos funcionarías dicen : ";ese churra/o es gay",
a una mujer se le arruga el alma, otra vez la espera,
suena un celular, timbra el teléfono,
un secreto de estado, una diatriba, un chisme, una intriga,
todo está permitido, hasta el odio.
Un auditor controla lo no controlable,
al alcalde se le hacen callos en los dedos firmando documentos,
¡silencio;! estamos trabajando,
la de los tintos tiene cicatrices en los dedos, va a limpiar los grises ventanales,
una comisión habla de ese puente arrasado,
otra de la avalancha de anoche, el murmullo es balada cotidiana.
la rutina envuelve las miradas, el horizonte está cerrado,
se me acabó la escalera, el regreso es inminente,
otra mujer me mira, tiene un niño en sus brazos,
parece que no hay mañana, he devuelto los pasos,
el afán tiene piernas, no hay quietud en los ojos,
otra vez la escalera, los cuerpos presurosos,
aquí estamos trabajando.

Primer piso, la perorata venenosa vuela como un halcón,
las garras son lengua, nada es igual y todo es lo mismo,
el trabajo tiene ritmo de bolero, ¿esto es verdad o es mi improperio?,
veo a los hombres frente a las pantallas,
no todo es bueno, ni todo es malo,
una maestra dice: "¡me nombraron!",
un hombre con uniforme verde revisa sin emoción las cédulas,
salgo a la calle, la fila es enorme de los que quieren entrar,
una bandera en lo alto saluda al visitante,
o tal vez me está despidiendo.